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                             Primera estación - JESÚS
                              ES CONDENADO A MUERTE Primera estación - JESÚS
                              ES CONDENADO A MUERTE
                            
                              "¡Viernes Santo! El día que se inicia con el
                              estupor de la traición de Judas y se asombra ante
                              las negaciones de Pedro; la madrugada que ve con
                              dolor a Cristo coronado de espinas, cubierto por
                              la burla y el desprecio, con un trapo raído que
                              figura la capa real, apoyado en la columna; la
                              mañana que ve a Dios juzgado por los hombres.
                              Verdaderamente, ‘aquí se han colocado pesadas
                              cargas sobre débiles hombros humanos’. ¡Cómo
                              siento yo mismo mi debilidad para ese enorme peso!
                              Solo ante ti, ante el camino de la cruz, he
                              sentido todo el peso de mis miserias, mi
                              impotencia para seguirte por ese camino.
                              Te entregamos toda nuestra debilidad, nuestra
                              buena voluntad de ayudarte y nuestra fidelidad...
                              Que esa sea también mi personal alianza contigo:
                              debilidad por debilidad, fidelidad por
                              fidelidad... Gracias por hacerme tomar conciencia
                              de que soy ‘nada y pecado’, y pedir la gracia de
                              vivir siempre en esa claridad.
                              Madre mía, hazme fiel a ti, porque sólo así podré
                              superar mis debilidades y hacer plena la misión
                              que tú me encomiendas. Pero quisiera ser un
                              instrumento sin límites, sin restricción interna
                              de ninguna especie, y dispuesto a sacrificar y
                              aceptar todo sacrificio que, en tu bondad, te
                              dignes enviarme para purificar los defectos que,
                              por mi propia iniciativa, sería incapaz de
                              eliminar.
                              Sé que toda misión grande es una participación en
                              el vía crucis de Cristo."
                            
                           
                          - 
                             Segunda estación - JESÚS
                              CARGA LA CRUZ Segunda estación - JESÚS
                              CARGA LA CRUZ
                            
                              "Sí, el mensaje es, ante todo, de dolor y de
                              crucifixión. Mensaje de cruces negras, porque es
                              preciso que haya almas que se inmolen por la
                              misión. Mensaje de cruces rojas, que arden de
                              fuego y de vida hasta consumirse enteramente por
                              el reinado de tu amor. Mensaje de filialidad,
                              porque nada nos pide, sino decir ‘Fiat’, ‘Ita
                              Pater’, ‘Sí’, y cargar, como Cristo, la cruz
                              demasiado pesada que el buen Padre afirma sobre
                              nuestros débiles hombros humanos. Mensaje no sólo
                              de dolor y crucifixión, sino también de victoria.
                              Para mí, eso quiere decir ante todo: que cuando
                              personalmente haya aceptado la cruz, entonces se
                              aproximará el triunfo. Pero ¡qué lejos estoy de
                              haber aceptado verdaderamente mi cruz! En mi vida
                              diaria, ¡cuántas pequeñeces e infidelidades sin
                              número me alejan de la cruz! ¡Cuántas veces
                              rechacé la cruz que el Padre celestial quería
                              colocar sobre mis hombros!, pero quisiera, a pesar
                              de todas mis debilidades, entregarme nuevamente a
                              ti, para que puedas elegirme como tu instrumento.
                              La cruz es una imagen de María. Tiene los brazos
                              abiertos como tú, Madre, que fuiste cuna para el
                              pequeño Jesús. Y Cristo nos compró en la cruz
                              pagando un precio de dolor. Sin embargo, los niños
                              de cuna se entregan dócilmente y con entera
                              confianza. Ahora, la cruz es como tu regazo
                              materno. La vida con Cristo nos exige un vía
                              crucis: la renuncia, el sufrimiento, son el
                              camino. Pero también el precio del verdadero
                              amor."
                            
                           
                          - 
                             Tercera estación - JESÚS
                              CAE POR PRIMERA VEZ Tercera estación - JESÚS
                              CAE POR PRIMERA VEZ
                            
                              "Día del sacrificio, día en que la sangre brotó de
                              todas las heridas del Cuerpo santísimo, hasta que
                              por su costado abierto escurrió la última gota.
                              Esta tarde, te arrastraste por el camino que
                              asciende al Gólgota, cayendo tres veces bajo el
                              peso del madero...
                              El dolor lo buscamos puramente por amor, por amor
                              unido a Cristo, que dejó morir su humanidad por
                              nosotros. La reciprocidad en el amor nos exige dar
                              la vida por él. Y yo, ¿qué te puedo dar? Soy muy
                              débil. Bien sé que tengo sólo mi pequeñez, mi ser
                              ‘nada y pecado’..., pero justamente eso quiero
                              ofrecértelo. Puedo comprender lo que significa el
                              dolor y el sufrimiento, desde el más grande hasta
                              el más pequeño: lo que significa un dolor físico,
                              ser humillado públicamente o sufrir en mi orgullo,
                              o no ser comprendido; pero no basta comprenderlo,
                              lo difícil es vivir todo eso, ofreciéndolo una y
                              otra y mil veces repetidas, al Hijo de Dios;
                              mirándolo como nuestro pequeño vía crucis, con el
                              cual participamos, aunque en mínimo grado, de su
                              pasión."
                            
                           
                          - 
                             Cuarta estación - JESÚS
                              ENCUENTRA A SU MADRE Cuarta estación - JESÚS
                              ENCUENTRA A SU MADRE
                            
                              "Vas al encuentro de tu Hijo, cuando iba cargado
                              con la cruz rumbo al Gólgota. ¿Cómo supiste de
                              aquello?... es el instinto maternal, el instinto
                              de la sangre y el instinto propio del cáliz, que
                              anhela siempre encontrar a Cristo y recibir su
                              sangre. Aprendo dos cosas. La primera, que el
                              cáliz siempre está abierto, a la vez para recibir
                              y para dar. Abierto bajo la cruz, como tú, para
                              recibir la sangre que redime. Abierto ante el
                              sepulcro, como tú, para entregar a Cristo, en
                              sacrificio, por la reconciliación de toda la
                              humanidad.
                              La segunda: que el cáliz es, por sobre todo, fiel,
                              como tú: sigue a Cristo a todas partes, y está
                              frente a él siempre como él lo pide, abierto,
                              dispuesto. Sabe que el sacrificio es el precio de
                              su fidelidad: permanecer tres horas de pie bajo la
                              cruz, y luego dar al ser más querido a las
                              entrañas de la tierra, perderlo todo.
                              Pero también sabe que el grito final, que es el
                              único para el cual la vida humana tiene razón de
                              ser, es la posesión de Cristo en la gloria, la
                              resurrección triunfante con él -y el que sea
                              posesión indica que allí también se es cáliz-.
                              Así sales, a la vez, a nuestro encuentro con tus
                              deberes de Madre: alimentarnos, educarnos,
                              guiarnos. El darnos alimento lo cumples plenamente
                              en tu papel de Medianera, al repartirnos las
                              gracias que tu Hijo nos mereció en la cruz. Sigues
                              fiel frente a Dios: al conducirnos por el recto
                              camino, por el que verdaderamente conduce hacia
                              Él; y no es otro sino el camino de la cruz, que
                              nos lleva hacia el cielo sólo después de hacernos
                              subir hasta la cumbre del Gólgota.
                              Madre mía, te pido la gracia de sentir y vivir
                              esto: en todo pequeño vía crucis diario, muéstrame
                              el camino de la cruz. Y en ello, mantén tú mi
                              alegría, sé mi consuelo de tal manera que en todo
                              momento, aun en el de máxima crucifixión,
                              permanezca inmensamente alegre... y hazme estar
                              abierto como tú, en los dos sentidos: de recibir y
                              dar a Cristo."
                            
                           
                          - 
                             Quinta estación - SIMÓN
                              DE CIRENE AYUDA A CRISTO A LLEVAR EL MADERO DE LA
                              CRUZ Quinta estación - SIMÓN
                              DE CIRENE AYUDA A CRISTO A LLEVAR EL MADERO DE LA
                              CRUZ
                            
                              "La vida con Dios es bella, bella y dolorosa:
                              ¡cuesta toda la sangre del corazón! Verdaderamente
                              tú nos regalaste una prueba tan grande, que
                              nosotros no la podemos cargar solos... ‘serán
                              pesadas cargas sobre débiles hombros humanos’...
                              Pero siempre es Cristo quien lleva la cruz más
                              pesada: ¿y no puedo yo acaso ser su cirineo?
                              ¿estará tu Hijo dispuesto a aceptar, si le
                              ofrecemos nuestra vida a cambio? Quiero ofrecerte
                              de nuevo mi propia vida. Sólo pido que si aceptas,
                              me des también las fuerzas de ser ofrenda.
                              Vivir en el espíritu de fe y por sobre los seguros
                              humanos, vivir apoyado en último término en la luz
                              del Espíritu de Dios, lleva siempre a vivir de la
                              pasión y de la cruz. Somos probados en la medida
                              de la gracia que recibimos, y cuanto más la
                              poseemos, tanto más somos puestos por el Padre en
                              el crisol: las luchas y dificultades, para un alma
                              que ha crecido en la vida interior, son
                              verdaderamente una gracia extraordinaria. Sí, he
                              llegado a sentir con fuerza la necesidad de dejar
                              todo apoyo natural, para sumergirme sólo con
                              profunda confianza, en el mundo de la fe.
                              Por eso tengo ahora, como nunca lo había
                              experimentado, ansias de cruz y sufrimiento; no
                              simplemente para una purificación personal, sino
                              para colaborar en la redención del mundo.
                              Nostalgia de cruz, porque en la cruz está Dios.
                              Esto lo he aprendido en el vía crucis: quiero
                              estar junto a tu Hijo y a ti, Madre, en todos esos
                              momentos de redención.
                              Y hasta hoy, Él se quedó en la más pequeña de sus
                              creaturas, un pedazo de pan, por amor a mí; ¿qué
                              no he de entregarle yo en compensación de tanto
                              amor, sino toda mi vida, y toda dificultad que
                              tuviera en ella? Ayúdame a entregarle la misma
                              confianza y abandono filial en los brazos del
                              Padre, que le llevó a él hasta el total sacrificio
                              de su vida, aún cuando mi destino fuera como el
                              suyo: la crucifixión y todo sufrimiento."
                            
                           
                          - 
                             Sexta estación -
                              VERÓNICA OFRECE UN VELO A JESÚS Sexta estación -
                              VERÓNICA OFRECE UN VELO A JESÚS
                            
                              "Yo voy a buscar a Cristo, no sólo lo contemplo
                              desde lejos. Pero, sobre todo, es él que me busca
                              a mí. Él me ha llamado y ha despertado en mí el
                              ansia de poseerle... y luego, le llevo ante los
                              hombres. Deseo ardientemente que tú me conduzcas
                              también por este camino y que en él me purifiques
                              de todas las miserias del amor humano, para que a
                              través de una vida de ofrecimiento, me entregues
                              con un amor más limpio y alto en los brazos de
                              Dios Padre. Pensar en el cielo es, en verdad,
                              hermosísimo. Mas, el camino es el mismo y único
                              que el Hijo recorrió: ha de pasar por la Semana
                              Santa y el Gólgota.
                              En la tierra tendremos el cielo anticipado sólo en
                              nuestro contacto con él -así como la felicidad del
                              Hijo Jesús estaba en la presencia del Padre y en
                              la unión contigo, su Madre-. El precio definitivo
                              del cielo es la redención, que culmina cuando
                              participo personalmente en ella: el precio
                              personal de la entrada al cielo es el sí a la
                              cruz.
                              Para quien vive y siente con Cristo, esa
                              participación en su vía crucis es también un
                              anticipo del cielo -doloroso sí, pero se anticipa
                              la felicidad eterna-, precisamente porque se está
                              en compañía de él. Si la definitiva felicidad del
                              hombre es estar con Dios, ella ha de ser tan
                              grande que supere muy de lejos todo dolor humano,
                              corporal o espiritual.
                              El camino hacia el cielo es ese mirar hacia él,
                              como tú, como los varones de Galilea, hasta que el
                              ansia de cielo nos queme la vida..."
                            
                           
                          - 
                             Séptima estación - JESÚS
                              CAE POR SEGUNDA VEZ Séptima estación - JESÚS
                              CAE POR SEGUNDA VEZ
                            
                              "Algunos escritores dicen que la cruz era tan
                              pesada, que probablemente sin gracias especiales,
                              hubiera sido imposible para un hombre ya
                              brutalmente maltratado, llevarla hasta la cumbre
                              del Gólgota. ¡Ay, si el Maestro fue cargado con
                              tal peso sobrehumano!... ¿han de esperar los
                              discípulos mejor paga? Es el momento, cuando se
                              reciben esas cargas, de volver los ojos al vía
                              crucis y contemplar a tu Hijo, ensangrentado y
                              coronado de espinas, cargando su cruz camino del
                              Calvario... tales cargas nos llegan como una
                              gracia singular, y no como algo destinado a
                              ‘liquidarnos’ bajo su peso.
                              En las últimas semanas he estado siempre enfermo;
                              en las clases con mis alumnos no encuentro la
                              manera de controlarlos ni de enseñarles bien; me
                              he sentido solo; he podido sentir con fuerza
                              muchas limitaciones de todo orden, lo que varias
                              veces me ha llevado a una desazón interior: ¿no
                              estoy perdiendo el tiempo acá, encerrado y
                              solitario, cuando en otras partes hay tanto que
                              hacer, en el apostolado y en el trabajo? ¿Voy a
                              permanecer así indefinidamente? ¿Qué hacer, cómo
                              vivir, para qué vivir?
                              La respuesta la sé de antemano, Madrecita, es una
                              sola. Se trata de una crisis de confianza en la
                              Divina Providencia, y la solución a eso está
                              siempre y solamente, en lanzarse con los ojos
                              cerrados en los brazos amorosos de Dios que es
                              Padre."
                            
                           
                          - 
                             Octava estación - JESÚS
                              ENCUENTRA A LAS MUJERES QUE LLORAN Octava estación - JESÚS
                              ENCUENTRA A LAS MUJERES QUE LLORAN
                            
                              "Fuerza para ambos. Para las mujeres, la fuerza
                              del encuentro con la sangre divina, con la gracia.
                              Para él, esa extraña fuerza que viene de que Dios
                              encuentre colaboración humana en medio de tantas
                              infidelidades de los que le seguían.
                              Hay que contar con que esta dificultad tiene que
                              aparecer muchas veces en la vida: es el precio de
                              la soledad; pero la soledad en unidad con Dios, es
                              el camino del cielo. Madre mía, ¡cómo siento ahora
                              crecer en mi alma el ansia de unirme y entregarme
                              por entero a él, de dejarme guiar ciegamente por
                              su amorosa mano paternal! Con un amor y entrega de
                              hijo, inquebrantables, al buen Padre que tiene
                              contado hasta el último de nuestros cabellos, de
                              mis cabellos.
                              Quiero que mi voluntad no sea otra que la de
                              realizar hasta el más mínimo deseo del Padre; que
                              jamás diga ‘Padre, pase de mí este cáliz’ sin
                              agregar ‘no sea lo que yo quiero, sino lo que tú
                              quieres’, para que así, si él me conduce al
                              Calvario, pueda morir llamándolo para que él me
                              reciba... Te pido que mi entrega filial sea tan
                              grande como para permanecer no sólo al pie de la
                              cruz, sino también como para dejarme sepultar en
                              el silencio y la soledad, durante 3 días ó 3 años
                              ó toda la vida, si tal fuera el deseo del Padre.
                              Madre mía, haz que viva en todas estas cosas junto
                              contigo hasta lo último, que a través de todo sea
                              un cáliz abierto hacia el Padre, para que él me
                              llene con todo lo que le plazca, aunque fuera
                              sufrimiento y muerte."
                            
                           
                          - 
                             Novena estación - JESÚS
                              CAE POR TERCERA VEZ Novena estación - JESÚS
                              CAE POR TERCERA VEZ
                            
                              "En este camino de la cruz miro particularmente la
                              tercera caída de Jesús. Al llegar casi a la cima,
                              antes de realizar ese último esfuerzo supremo, dar
                              los últimos cuatro o cinco pasos necesarios para
                              llegar hasta el lugar de su crucifixión... cuatro
                              pasos tremendamente heroicos, casi imposibles,
                              porque el sufrimiento anterior ya había sido
                              mortal.
                              Soy yo el que, hasta el Viernes Santo, sentí tan
                              fuertemente el peso del hombre viejo. Nunca me
                              había dado cuenta de que nuestra participación en
                              la redención consiste también en catorce, o
                              veintiocho, o cien o más pequeños sacrificios y
                              sufrimientos voluntariamente aceptados y aún
                              buscados positivamente durante el día. Con ello de
                              veras va muriendo el hombre viejo, siempre
                              egoísta, que quiere sólo su bien y su comodidad y
                              rechaza la cruz. Sí, este Viernes Santo me muestra
                              toda mi debilidad y miseria, más que en otras
                              ocasiones, por dejarme derrotar de antemano por el
                              sufrimiento y la pequeñez de mi voluntad para
                              cooperar con la mayor gracia que el hombre
                              recibió: el ser redimido.
                              ¡Madrecita, estaba deprimido, tenía compasión de
                              mí mismo, temía terriblemente sufrir, mientras tu
                              Hijo moría por mí y tú le acompañabas al pie de la
                              cruz! ¿Acaso puedo extrañarme de la cobardía de
                              Pedro? ¡No, debería llorar como él, no por él,
                              sino por mí mismo, que he negado a mi Maestro
                              cientos de veces! Te ruego desde el fondo de mi
                              alma que el contemplar a tu Hijo en la cruz me
                              mueva a corresponder a su amor, pero más que nada,
                              a imitar lo que hace posible darse así al
                              sacrificio por los hombres: su total entrega en
                              los brazos del Padre.
                              ¡Si tú me dieras esa locura de la cruz de los
                              grandes santos! Sí, debo primero dejarme llenar de
                              todo dolor que el Padre me envíe, pero no para
                              quedar aplastado por él, sino como tu Hijo,
                              transformarme y vencer sobre el pecado y la
                              muerte, con él, por él."
                            
                           
                          - 
                             Décima estación - JESÚS
                              ES DESPOJADO DE SUS VESTIDURAS Décima estación - JESÚS
                              ES DESPOJADO DE SUS VESTIDURAS
                            
                              "Hoy... ¿nos atreveremos a decir ‘tengo hambre’,
                              cuando él debió decir ‘tengo sed’? ¿Pensaremos en
                              la dureza de un lecho, cuando él fue clavado al
                              madero? ¿Nos atreveremos a quejarnos de frío, si
                              él en este día fue dejado durante tres horas
                              desnudo colgando de la cruz?
                              ¿Qué significa eso para mí? ‘Despojaos del hombre
                              viejo y revestíos del hombre nuevo’, dice san
                              Pablo. Cristo cargó con nuestros pecados para
                              librarnos del peso fatal del hombre viejo y
                              permitirnos, después del sufrimiento del cuerpo y
                              del alma, resucitar como hombres nuevos para la
                              vida divina. Sí, resucitar ya aquí en la tierra,
                              resucitar para vivir entre los hombres en gracia,
                              hechos imágenes de Cristo.
                              ‘Revestíos del hombre nuevo...’ Esta exigencia de
                              san Pablo debiera en cada instante apremiarnos con
                              violencia. ¡Quien pudiera dejar por completo a ese
                              hombre viejo, lleno de defectos, de mezquindades y
                              maldad! ... Una liberación de nuestras
                              limitaciones y pequeñeces, una liberación de
                              nuestro inevitable egocentrismo, para entregarnos
                              a Dios.
                              Quisiera resucitar con tu Hijo: resucitar para él,
                              para ser un hombre nuevo, enteramente revestido de
                              él, dispuesto a toda lucha por él. Tu Hijo derrotó
                              ya el sufrimiento, la vergüenza, el abandono de
                              los hombres y la negación de Pedro, las tinieblas
                              del Calvario y la mortal soledad del sepulcro,
                              para levantarse triunfante en toda su gloria."
                            
                           
                          - 
                             Undécima estación -
                              JESÚS ES CLAVADO EN LA CRUZ Undécima estación -
                              JESÚS ES CLAVADO EN LA CRUZ
                            
                              "Jesús en la cruz... Muchas veces me ha asaltado
                              el mismo pensamiento: él lo dio todo por mí: vida,
                              sufrimiento, orgullo... Y ¿qué le doy yo en
                              cambio, sino infidelidades, pequeñez en mi
                              entrega, liviandad, olvido continuo de su amor?
                              Jesús en la cruz... ¿Soy yo capaz de estar de pie
                              a su lado, como tú, Madre? El corazón se encuentra
                              de pie junto a la cruz y ha de empaparse con la
                              sangre que brota de las heridas de Cristo. Ya no
                              cabe en su Corazón y vuelca sobre todo el mundo,
                              su sangre. Para poder recibirla, hay que estar
                              tres horas al pie de la cruz, y vaciarse entero.
                              No quiero sino una cosa: estar junto a él las tres
                              horas de su agonía, y contigo, de pie junto a la
                              cruz. Pero las veces que él me envía pequeños
                              sufrimientos para que yo pueda realizar este
                              deseo, otras tantas soy pequeño e infiel, y me
                              derrumbo, me deprimo, renuncio a luchar por
                              quedarme al pie de la cruz: le niego como Pedro,
                              huyo como san Juan... Sólo los sacrificios que
                              voluntariamente puedo ofrecerle estoy dispuesto a
                              sobrellevarlos; pero cuando es él quien toma el
                              timón y comienza a mostrarme el camino de otras
                              pruebas, termina toda mi aspiración al heroísmo, y
                              el hombre viejo tiembla de terror.
                              Los santos, al ofrecerles Cristo una corona de
                              gloria o una de espinas, elegían esta última,
                              porque ella era la que los unía verdaderamente a
                              Dios, y al colocarla Cristo en su frente sufrían
                              físicamente de un modo real, pero al mismo tiempo
                              eran intensamente felices porque participaban de
                              la honda vida de Cristo... Hazme comprender así
                              cualquier sufrimiento que tu Hijo ponga en mi
                              vida: es la corona de espinas que me permite
                              tocarlo en el Calvario..."
                            
                           
                          - 
                             Duodécima estación -
                              JESÚS MUERE EN LA CRUZ Duodécima estación -
                              JESÚS MUERE EN LA CRUZ
                            
                              "Es ‘el Vía Crucis de la Sangre de Cristo’. En cada cuadro encontré una relación con su sangre: en el Pretorio quedaron las gotas que reflejaban la condenación, allí clamaban que la sangre de Jesús cayese sobre el pueblo y su descendencia; en cada caída, la sangre de las rodillas y las manos manchó el suelo -por eso quisiera yo también caer bajo el peso de mi cruz allí donde Cristo cayó, para recoger con mis rodillas y mis manos su sangre, y llevar sus mismas heridas-; cuando tú le saliste al encuentro, Madre, y tomaste su mano derecha para infundirle tu fuerza maternal, en tus manos quedó su sangre; el Cirineo debe haber ensuciado sus hombros con la sangre divina que empapaba la cruz -no ‘ensuciado’, sino que era como un bautismo redentor; así quisiera yo, Señor, que ocurriera también conmigo al cargar cada cruz que tú me envíes-; en el lienzo de la Verónica quedó tu rostro marcado en sangre -así también quisiera yo que en mi rostro se marcaran con sangre sus rasgos divinos-. Las mujeres de Jerusalén no sintieron el latir interno de su sangre, no la contemplaron como la sangre redentora, sino sólo como sucios coágulos que producían pena. Al ser desnudado te arrancaron con tus ropas, todos los coágulos que cerraban tus heridas, para que tu sangre fluyera de nuevo de las heridas de tus manos y pies. Al serte machacados los clavos, corrió abundantemente tu sangre, para empapar el Gólgota, hasta que, después de muerto ya, sangró la última gota de la última herida. Una vez en los brazos de tu Madre, habías vaciado toda tu sangre, la habías transformado toda en sufrimiento redentor, y toda ella había sido recogida en el cáliz purísimo que era el corazón de María... Tu Corazón mana, con su sangre, el amor sobre todos los hombres: él es la fuente de gracias, la fuente del amor; y ese amor brota con la sangre del costado herido por la lanza... Al pie de la cruz estás tú, Madrecita, para recibir la sangre que nos redime por el amor. Esta visión debiera acompañarme toda mi vida y llenarla de sentido, como la más delicada manifestación de alianza. Sí, cuando Cristo dio su vida en la cruz, rebalsando toda la sangre de su cuerpo sobre el mundo, lo hizo por amor.... Y ahora, es Cristo quien vive en mí."
                            
                           
                          - 
                             Décimotercera estación
                              - JESÚS ES DEPOSITADO MUERTO EN EL REGAZO DE
                              MARÍA Décimotercera estación
                              - JESÚS ES DEPOSITADO MUERTO EN EL REGAZO DE
                              MARÍA
                            
                              "Lo alojaste, Madrecita, bajo tu corazón. Allí se
                              encuentran la tierra con el cielo, unión de amor y
                              de sangre. He aprendido algo en el vía crucis al
                              contemplar a tu Hijo descendido en tus brazos:
                              quiero, como él, también morir en tus brazos.
                              Morir es entregarse confiadamente y por entero.
                              Hasta el momento de la muerte estaremos faltando a
                              esa confianza, aunque sea en detalles
                              pequeñísimos: siempre confiamos en nosotros
                              mismos, queremos hacer todo por nuestras propias
                              fuerzas, sin contar con que es Dios quien
                              verdaderamente gobierna el mundo. Al morir nos
                              entregamos por entero, nos dejamos llevar en sus
                              brazos al cielo.
                              Por eso he pensado tanto en la muerte, sobre todo,
                              en la inutilidad de nuestros esfuerzos por ser
                              plenamente felices con las cosas terrenas y ahora
                              veo cada día más que la muerte es un encaminarse
                              derecho al cielo. Mirando a tu Hijo muerto, he
                              aprendido que la única manera de llegar a la
                              humildad y a la confianza en el Padre Dios es
                              reconocer las propias miserias.
                              Nos diste a tu Hijo, sacrificaste por amor a
                              nosotros a quien era para ti el único amor posible
                              en la tierra y en el cielo. No sufriste dolores de
                              parto, los sufriste mucho mayores al ver a tu Hijo
                              crucificado, y san Bernardo dice que tú no sólo
                              estabas al pie de la cruz, sino que tu sufrimiento
                              era tan grande como si estuvieses clavada tú misma
                              en la cruz, en lugar de tu Hijo querido... Y yo,
                              ¿qué te doy a cambio? ... un gran cáliz recibiendo
                              la sangre que mana del costado de Cristo, que pasa
                              por tu corazón. Siempre se ve a un hombre
                              arrodillado al pie de la cruz, ¿ese podría ser yo?
                              soy indigno de estar de pie, como tú. A mi
                              debilidad humana le corresponde permanecer de
                              rodillas, recibiendo de ti y de tu Hijo la fuerza,
                              la sangre, las gracias que transformarán mi
                              corazón a imagen tuya. Madre, te contemplo como la
                              gran Portadora de Cristo porque eres portadora de
                              su sangre."
                            
                           
                          - 
                             Décimocuarta estación -
                              JESÚS ES PUESTO EN EL SEPULCRO Décimocuarta estación -
                              JESÚS ES PUESTO EN EL SEPULCRO
                            
                              "Para ser fecundos, hay que estar dispuestos a
                              regalar a Cristo a otros. Llevas a tu Hijo al
                              sepulcro para que de allí resucite. Sabías que no
                              era un martirio estéril, sino por la redención del
                              mundo, y que con ello se manifestaría la gloria de
                              Dios. De tus brazos nació Cristo al martirio de la
                              vida terrena, también de tus brazos resucita a la
                              gloria.
                              Está aquí en el sepulcro. El autor de todo se deja
                              encerrar en una tumba pequeña. Entrega a la tierra
                              su cuerpo para enseñarnos la suprema humildad, a
                              nosotros que por orgullo quisimos endiosar nuestro
                              cuerpo: para hacernos comprender que el más grande
                              triunfo del hombre no es el éxito exterior, sino
                              el desprenderse de todo corazón del apego
                              terrenal. Señor, sí, tu descenso al sepulcro es,
                              para nosotros, ¡una maravillosa escuela de
                              humildad, para rescatarnos del pecado de soberbia!
                              Y allí, Jesús nos enseña que al cielo se llega por
                              la soledad...
                              Soledad, silencio, que ha de ser, sin embargo,
                              unidad con Dios: por eso, ya no más soledad, sino
                              dualidad; aún más, Trinidad. Y ¿dónde encontrarlo
                              más plenamente que en el sacramento del amor? Él
                              quiso para siempre encerrar su inconmesurable
                              Divinidad en un trocito de pan para quedarse junto
                              a nosotros y darnos fuerza, alivio, consolación en
                              nuestras penas; quiso hacerse Hostia para estar
                              junto a mí en este momento y ayudarme en esta
                              dificultad concreta: él está ante mí, y me invita
                              a refugiarme en sus brazos.
                              Señor, es también hermosísimo y significativo que
                              te dejes conducir al sepulcro desde los brazos de
                              tu Madre. En sus brazos comenzaste tu vida
                              terrena, y en sus brazos también la terminas: así
                              nos enseñas con quién debemos nacer a la vida
                              espiritual, y quién ha de acompañarnos en cada
                              dificultad hasta llegar al sepulcro... Dame la
                              gracia para que hoy me deje traspasar enteramente
                              de tu mismo espíritu de resurrección, y nacer
                              redobladamente a la vida divina, como un hombre
                              nuevo. Haz que mi cáliz se llene hoy del Cristo
                              transfigurado y glorioso."